1/11/11

Dia 2 de Noviembre: Conmemoración de todos los difuntos

Creo en la resurrección de la carne


Cada domingo, al rezar el Credo, decimos: “Creo en la resurrección de la carne”. ¿Nos hemos parado alguna vez a pensar lo que eso significa?
            Nuestro cuerpo ha de resucitar -mi cuerpo, el mío- ha de resucitar. ¡Qué misterio tan grande! Dignidad del cuerpo que en la muerte es depositado como ‘semilla’ corruptible. Semilla que un día nos dará uno incorruptible. Eso dice alguien bien ‘informado’, san Pablo (1 Cor 15, 42). Seremos de nuevo revestidos de corporalidad, de un cuerpo nuevo en cierto modo conectado con el actual. Al estilo del de Jesús. La resurrección y ascensión de Cristo, la asunción de María en cuerpo y alma son prendas, garantías, de esa verdad que afirmamos.
¿Cuándo y cómo tendrá lugar? Dejémoslo en manos del que nos ha creado, que de las piedras puede sacar hijos de Abrahán. Contentémonos con las afirmaciones del Señor: “Serán todos como hijos de Dios”. Mujeres y hombres, felices con Dios y con los demás hijos de Dios. Hombres y mujeres sí, con un cuerpo, pero Él sabrá cómo. Él ha inspirado a Pablo lo de la semilla que se deposita. Momento de la muerte, ese paso tan importante, en el que devolvemos a Dios ese cuerpo que un día nos regaló para ser lo que hemos sido, lo que somos y también ¡lo que seremos: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que le aman”, insiste san Pablo. (1 Cor. 2, 9).
Un Pablo que sabe en quién ha puesto su confianza. “Sé de quién me he fiado… De nuestro Salvador, Cristo Jesús, que destruyó la muerte e hizo brillar la vida y la inmortalidad por medio del Evangelio” (2 Tim. 10-12).
También nosotros ponemos nuestra confianza en Él. Decía el beato cardenal Newman que los discípulos de Emaús pasaron del “ver sin creer al creer sin ver” en el momento de la fracción del pan en la cena con Jesús. A nosotros, los que creemos sin ver, esta confianza nos tiene que estimular a aprovechar este tiempo de “creer sin ver”, pero iluminado por la fe, llenándolo de amor al Señor y al prójimo. ¡Qué poéticamente y con cuánta fe lo expresó en sus últimos años Ernestina de Champourcín (1905-1999) en estos versos inspirados!:

Me queda poco tiempo
con los ojos cerrados
para creer sin ver,
para ir caminando
a ciegas, deslumbrada
-en este mundo opaco-,
por tu Verbo encendido.
Amar, creer en anchos
horizontes sin fin.
¡Qué divino regalo
el de esta vida a oscuras
para vivirla amando!
No me abras los ojos,
hay un cielo más claro
para los que tantean
con su fe entre las manos

José María Salaverri

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